A priori los adultos deberíamos saber gestionar adecuadamente esta emoción, ya que teóricamente contamos con más herramientas para afrontarla y con un tiempo vital más dilatado para haberla entrenado . Sin embargo, los más pequeños se sienten abrumados por su fuerza arrolladora y les resulta una tarea difícil de realizar con éxito. De ahí que las explosiones de rabia sean episodios comunes en la primera infancia. De ello y de como afrontar estas situaciones hablo largo y tendido en Como afrontar las rabietas con éxito.
Una vez más, los adultos debemos adoptar el rol de guías y acompañantes para que sientan seguridad y aliento en los momentos en los que les secuestre su cerebro inmaduro . Para mostrarles el modo de lidiar con estos huracanes emocionales y aprender a tolerar la frustración, aceptando que forma parte de la vida y como tal es inevitable sentirla en determinadas situaciones. Enseñarles al tolerar y controlar la frustración es permitirles que puedan afrontar con una actitud más proactiva y positiva cualquier reto, dificultad o traspiés que se les presente.
COMO AYUDARLES A MANEJAR LA FRUSTRACIÓN
Así que es cuestión de tiempo y tenacidad. Los primeros años de vida de los niños exigen un férreo compromiso con su educación y aprendizaje , así como altas dosis de paciencia, coherencia, algunos límites y mucho mucho cariño. En esta primera etapa, los más pequeños son incapaces de comprender que las cosas no pueden ser siempre inmediatas y satisfechas, y este descubrimiento va a ser fuente de sus frustraciones. Tranquilos, todo pasará y poco a poco su cerebro madurará y les permitirá comprender que el mundo no gira alrededor de ellos y de sus deseos, así como que el resto de las personas también tenemos nuestros propios deseos y necesidades. Sólo debemos estar a su lado y usar el diálogo para explicarles lo que les sucede; ponerle nombre a sus sentimientos y consolar.
Es necesario que experimenten la frustración. Sí por el contrario, les evitamos por todos los medios que la sientan, estaremos propiciando el caldo de cultivo perfecto para que nuestro hijo termine convirtiéndose en un ser tirano, déspota, desconsiderado, violento, egoísta y débil. Una persona que no afrontará de manera saludable y constructiva las adversidades de la vida y que no adquirirá una habilidades sociales que le permitan relacionarse sin grandes conflictos y continúos problemas. Una persona impulsiva que tampoco sabrá conectar con su interior y reflexionar. En definitiva, una persona con baja autoestima y serias dificultades para desenvolverse en las situaciones menos cómodas y placenteras que la vida nos tiene preparadas.
Como padres y educadores tenemos que desterrar el chip sobreprotector y concienciarnos de que no van a ser más felices porque les libremos de sentir fracaso y desilusión, sino todo lo contrario. Debemos transmitir la idea de que detrás cada error y de cada intento frustrado hay un aprendizaje con el que llenar la mochila de las herramientas personales.
Hay que inocularles valores y actitudes como el esfuerzo, la perseverancia, la lucha para conseguir metas y objetivos ; así como la importancia de cultivar el respeto a los demás; la empatía y la asertividad.
Igual de importante es establecer unos límites claros y congruentes que les doten de seguridad y sean una referencia a la hora de comportarse e interactuar. Ya he comentado en otras ocasiones los peligros de una educación excesivamente permisiva y entre otros efectos, siendo demasiado condescendientes tan sólo conseguiremos que nuestro hijo no adopte una actitud proclive a tolerar las frustraciones.
Por lo tanto, ya hemos visto que nuestro rol como padres y educadores es decisivo en la adopción de actitudes positivas, reflexivas y abiertas a aceptar fracasos y negativas.
En la segunda parte de este post incluiré algunas técnicas y ciertos recursos que pueden ser de gran ayuda en esta laboriosa función de amparar y contribuir en la tarea de gestionar convenientemente la frustración. No os los perdáis.